
Impredecible, como mis lunes.
Sabiendo que mis despertares se iniciarán a la misma hora
siempre con tu presencia;
pero ignorante de las sorpresas
que idees para acercarme o alejarme;
desorganizándome la agenda de los recuerdos.
Apacible, como suelen ser mis martes.
Dejando a veces que nuestras vidas simplemente transcurran:
cada una a su ritmo,
cada una en su espacio;
así como las rocas se dejan golpear por la marea:
en ocasiones bravía, y en otras, en calma.
A tiempos sombrío, como mis miércoles.
Demostrándome en instantes
que la fuerza de ayer se te ha ido
y que poco o nada valen
aquellos encuentros vividos.
Aunque prometedor, como mis jueves.
Borrando con un soplo el trago amargo del pasado
y encendiendo nuevamente con una mirada
las ganas de volver a moldearme con tu piel.
Inevitablemente fascinante,
como mis viernes.
Haciéndome perder la cordura
seduciendo a tu cuerpo para que repoce junto al mío,
y enajenándome de la realidad, de esos llamados otros
con cada vavivén de tu hombría en mi interior,
y el jugueteo indómito de tu lengua con mis entrañas.
Breve, como mi fin de semana.
Brindándome con tu estadía
la plenitud de los sábados,
y la frescura y el descanso de los domingos,
pero también la desazón de sus tardes
al saber que inevitablemente
no estarás al día siguiente
cuando volverás a ser lunes.