lunes, 8 de octubre de 2007

A DOS CUERPOS


Y allí te encontrabas, mirándome, mientras mi cuerpo, sentado junto al tuyo, debatía con sus sentidos para ver cuál tendría la primicia de darle la bienvenida a tu piel esa noche, y de empezar a tejer caminos de placer a medida que los hilos que nos cubrían fueran cayendo uno a uno destejidos en el suelo.

Pocos segundos bastaron para que mi boca fuera la que saliera al paso, importándole nada si había sido la elegida o no, al ser incitada por su fiel inquilina, siempre húmeda e inquieta, quien deseaba probar nuevamente el jugo de tus labios; esos que al besarlos siento que se pierden en los míos, se entregan al disfrute, para luego corresponder también con mordiscos y jugueteos.

Recuerdo, tu lengua estaba algo tibia, y tu saliva, burbujeante, supongo que por lo agitado de tu respiración, quien en sus impulsos pronto llevó a tus manos a acompañar aquella danza oral con caricias a mis caderas, a mi entrepierna. Aún tenía ropa, pero cómo sentía a tus dedos adecuarse tan perfectamente a mi fisonomía: subir y bajar las líneas rectas de mis piernas y moverse circularmente cuando se topaban con las redondeces de mis glúteos o el bulto de mis muslos.

Ya rozábamos la cama. Tú, de espaldas a ella; yo, lanzada sobre ti. Qué excitante fue verte desde arriba, en picada, con la luz iluminando tu rostro, y tu cuello y tu pecho asomándose a través de tu camisa. No dudé en abandonar por un momento tus labios y saltar hacia aquellos, para así también degustar de sus néctares y olores.

Pero poco me dejaste saciar esa ansiedad, al sorpresivamente darme vuelta y tomar el control de la situación, subiendo el suéter que llevaba puesto y desabrochando mi sostén, para con tu ya caliente lengua recorrer mis senos, pequeños como magnolias, pero no por eso menos sensitivos.

Ellos respondieron rápidamente a tus coqueteos, haciéndome experimentar esa sensación que aún no logro describir con palabras, sólo que me hace desearte más y quererte dentro de mí. Creo, lo intuiste. Pues cuando decidida estaba a pedir tu entrada en mis profundidades, quitaste con precisión mi correa, bajaste el cierre de mi pantalón y me despojaste de él en cuestión de segundos, violando los límites que te interponía mi ropa interior para encontrarte con mi sexo, humedecido hasta el abuso, tórrido.

Fueron tus dedos los que se aventuraron a incursionar en aquella caverna de la que brotaban manantiales de placer, escurriéndose suave pero firmemente entre mis pliegues. Los sentí bañarse en mis fluidos, y de forma audaz moverse entre ellos: a tiempos subiendo, punzando; a ratos saliéndose y aderezando mi clítoris con mis almíbares.

A aquel deleite se unió también tu lengua, quien de mis senos fue bajando lentamente por mi torso, mi vientre, y de allí, con ayuda de tus manos que me zafaron de mi hilo dental, se adentró en mi vagina, provocando que me perdiera en ella: erecta, juguetona, deseada, perfecta.

¡Ya!, anhelaba que te vinieras a mí, y que con tu ser poseyeras mi existencia, dejando grabada tu firma en mi interior, en esta historia escrita a dos cuerpos; mas nuevamente tomaste la batuta, y ante mis intentos de desnudarte, te levantaste y preferiste hacerlo solo, quedando apenas tu zona baja cubierta.

Verte semidesnudo inquietó aún más mis sentidos, quienes no dudaron ni un instante en ir en busca de tu piel y sumergirse en ella. Rápidamente fui por tu boca, ¿cómo no, si fue a la que primero conocí?; pero el saber al mismo tiempo de tu cuello, de tu pecho, de tu ...., me hizo descender hacia ellos y lamerlos, olerlos, morderlos.
Debo confesarlo, de todos, mi preferido fue tu sexo, al presentirlo hinchado debajo de sus vestiduras, y verlo erecto cuando te despojaste de ellas, luego de que te preguntara pícaramente si era posible.

Tenerlo entre mis labios, sólo para mí, me excitó hasta la saciedad, más aún cuando sorpresivamente me regaló un sorbo de su licor exquisito.

Saboreando todavía lo salado y dulce de ti, ascendí a tus labios, buscando compartir con ellos aquel néctar, como bien lo habías hecho tú con el que extrajiste de mí. Y fue allí cuando tus ganas y las mías finalmente se fundieron.

Mi intimidad, empapada, recibió a la tuya, desesperada, revolviendo mis adentros con punzantes placeres, con vaivenes que me hacían escapar uno que otro grito silencioso y tensar mis músculos.

No, no quería que te salieras. Quería más y más; mantenerte aprisionado en mis adentros por más tiempo. Así, así como lo hice la segunda vez, cuando mi ser te contempló nuevamente desde arriba, y se meneaba, primero con calma, y luego con un ritmo acelerado que hacía chocar tu sexo contra ese lugar elevado que despierta mis orgasmos, acalla mis palabras y me aliena de mí misma.

Ése, ése que te hizo sentir también lo que sentiste, y que posteriormente te llevó a derrumbarme para venirte más sobre mí y acabar en un gemido.

2 comentarios:

Celeste dijo...

Dice una canción de Mecano (que de seguro sabrás cuál es):

"Luego a solas sin nada que perder
tras las manos va el resto de la piel"

¿Quién detiene palomas al vuelo?

Hay inevitables...

Beso celeste.

venus dijo...

acerca de las sensaciones de ese placer de la piel..de recorrer de sentir y fenecer en ese camino escarbada armado y alborotado por la piel por cada ser


genial..me encanto

un besote